miércoles, 19 de mayo de 2010

Primer viaje a Italia


Después de la marcha de Rubens y seguramente influido por él, solicité licencia al rey para viajar a Italia a completar mis estudios. El 22 de julio de 1629 me concedieron para el viaje dos años de salario, 480 ducados, y además disponía de otros 400 ducados por el pago de varios cuadros. Viajé con un criado y llevaba cartas de recomendación para las autoridades de los lugares que quería visitar.

Este viaje a Italia representó un cambio decisivo en mi pintura. Mi estilo se transformó radicalmente. Desde el siglo anterior los artistas de toda Europa viajaban a Italia para conocer el centro admirado por todos de la pintura europea. Además yo era el pintor del rey de España y por ello se me abrieron todas las puertas pudiendo contemplar obras que solo estaban al alcance de los más privilegiados.

Partí del Puerto de Barcelona en la nave de Spinola, general genovés al servicio del rey español que volvía a su tierra. Primero me dirigí a Venecia donde el embajador español me gestionó visitas a las principales colecciones artísticas de los distintos palacios. Según Palomino copié obras de Tintoretto. Como la situación política era delicada en Venecia permaneció allí poco tiempo y parté hacia Ferrara, donde se encontraría con la pintura de Giorgione; se desconoce el efecto que le produjo la obra de este gran innovador.

Después estuve en Cento interesado en conocer la obra de Guercino, que pintaba sus cuadros con una iluminación muy blanca, sus figuras religiosas eran tratadas como personajes corrientes y era un gran paisajista. Para Julián Gallego la obra de Guercino fue la que más ayudó a Velázquez a encontrar su estilo personal.

En Roma el cardenal Francesco Barberini me facilitó la entrada a las estancias vaticanas, en las que dediqué muchos días a la copia de los frescos de Míguel Angel y Rafael. Después me trasladé a Villa Medicis en las afueras de Roma, donde copié mi colección de escultura clásica y realizé paisajes del natural. No sólo estudié los maestro antiguos; en aquel momento se encontraban activos en Roma los grandes pintores del barroco, Pietro da Cortona, Andrea Sacchi, Nicolás Poussin, Claudio Lorena y Gianlorenzo Bernini.

En La fragua de Vulcano, aunque persisten elementos del periodo sevillano, es una ruptura importante con mi pintura anterior. En el tratamiento espacial se aprecian cambios: la transición hacia el fondo es suave y el intervalo entre figuras está muy medido. En las pinceladas, antes eran capas de pintura ópaca, ahora la imprimación es muy ligera, la pincelada es fluida y los toques de luz producen sorprendentes efectos entre las zonas iluminadas y las sombras. Así lo describió el pintor contemporáneo Jusepe Martínez: "vino muy mejorado en cuanto a perspectiva y arquitectura se refiere".

Permanecí en Roma hasta el otoño de 1630 y regresé a Madrid pasando por Nápoles a principios de 1631. Allí conocí a José de Ribera, que se encontraba en su plenitud pictórica.

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